SANGUCHITOS DE TRISTEZA
Yo siempre llevo
sanguchitos de tristeza a las mejores fiestas. Los mezclo convenientemente
entre las otras cosas que ahí son servidas y, cuando alguien los come, pueden
ocurrir cosas como estas:
Que un hombre y
una mujer permanezcan lánguidos en sus mesas, recordando a sus amores idos. Que
sus miradas se crucen, que en los ojos del otro se comprendan y juntos se marchen
del lugar en donde, muchas veces entre grotescos simulacros de alegría, se
celebran amores ajenos.
Que cuando mozos
y personal de cocina prueban algunos de los bocados que reponen, mi sándwich
despierte a la tristeza que indigna. Y una joven camarera, por fin, mande a la
puta que lo parió al flaco altanero de la mesa cuatro.
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